Puede que sea una de las obras más desastrosas que haya pintado en toda mi carrera. Pero gracias a diversos acontecimientos permanece en mi colección privada y me alegro de ello.
Mientras vivía en Tánger quise pintar la cultura marroquí. Un día conseguí convencer a chico para que posara tras acordar un sueldo generoso. Entonces decidimos dar un paseo por la Medina y comprar un atuendo acorde con el cuadro que tenía en mente.
El chico en concreto era un desastre. No solía acudir a posar y yo mismo tenía que ir a buscarlo. Siempre tenía une excusa. Así que al final decidí terminar el cuadro a base de imaginación.
Aproveché la siguiente exposición que tenía en Marruecos para colgar este cuadro. Tras la inauguración vino un señor y me pidió que por favor le reservara este cuadro, que a pesar de no tener en ese momento dinero suficiente para dejar una señal, volvería inmediatamente para darme el importe íntegro.
Fueron muchos los que se interesaron por el cuadro y quisieron comprarlo durante los días que duró la exposición. Pero como ya le había dado mi palaba al primer señor, rechacé todas las ofertas siendo algunas de ellas superiores al precio marcado.
La exposición terminó y el señor nunca apareció. En ese momento aprendí una gran lección: la mejor oferta es la del dinero en mano.
