Había plantado un árbol de mimosas en mi jardín y hacía varios años que era todo un espectáculo cuando florecía. A menudo cortaba unas ramas y las metía en un florero para decorar la casa.
Ya que tenía el árbol en casa y su flor suele durar bastante en un jarrón decidí que sería un tema perfecto para un bodegón.
Como ya dominaba la técnica de pintar vidrio y el reflejo que produce el agua dentro de él, escogí una garrafa de vidrio bastante grande y redondeada como la propia flor.
Con el bodegón compuesto ya estaba listo para empezar a pintar. Pensaba que sería algo fácil y en cuestión de una o dos semanas acabaría un cuadro que evocase la primavera, con mucho color y volumen.
Desgraciadamente para nada fue así. Cuando solo hay un color con el que jugar para conseguir volumen la cosa se complica. Hay que mezclar el color para conseguir diferentes tonalidades y en este caso, el amarillo no es un color que seque muy bien. Lo cual complica el aplicar varias capas.
Tras varias visitas a distintas tiendas de arte y probar todos los amarillos disponibles de distintos tonos y marcas no conseguí encontrar ninguno de calidad.
Finalmente tuve que pintar una por una cada flor que se encontraba en el primer plano. Para crear el tacto sedoso y representar el polvo propio de la flor tuve que ir secando cada pincelada con aguarrás y un paño. Y aún así me fue difícil aplicar varias capas.
Lamentablemente ya no hacen pinturas con la misma calidad que cuando era joven.
